Es la vida ese preciado instante que pocas veces consientes de ella la disfrutamos y la hacemos nuestra. Harvey Cox, teólogo estadounidense escribe un ensayo llamado Las fiestas de locos que en lo personal me parece fascinante por la manera de exponer esa “sal” que muchas veces le hace falta a la vida. Durante la edad media florecio en muchos lugares de europa una festividad conocida con el nombre de Fiesta de Locos. Durante las fiestas de locos no quedaba libre del ridículo ninguna costumbre o convención y los mas importantes personajes del reino podían esperar verse en coplas. Asi pues las fiestas de los locos encerraban en si una dimensión implícitamente radical. Ponian al descubierto el elemento de arbitrariedad existente en las jerarquías sociales y capacitaban al pueblo para ver que las cosas no tenían por que ser necesariamente como de hecho eran.
Paulatinamente avanzamos hacia el sol de la tibieza y sinsabor en aras de una vida “sobria” sin embargo, no reconociendo la relevancia que tiene el festejo, la alegría y el gozo por la vida. El hombre de hoy ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento en sus elementos vitales. Tales elementos son el talante festivo, es decir, la capacidad para una celebración auténticamente alegre y gozosa. Las ballenas y los chimpancés pueden jugar. Solo el hombre celebra. A lo largo del periodo industrial nos hemos vuelto más sobrios y laboriosos, menos lúdicos e imaginativos. Los horarios de trabajo redujeron al mínimo la actividad festiva. La desaparición de la actitud festiva vuelve materialista la vida. Por su misma naturaleza, el hombre es una criatura que no solo trabaja y piensa, sino que canta, baila, reza, cuenta historias y festeja. Es homo festivus. Fijémonos en el carácter universal del elemento festivo en la vida humana. No falta en ninguna cultura. Cuando de una cultura desaparece la actitud festiva, está en peligro un elemento humano. La pérdida de nuestra capacidad de fiesta tiene también una profunda significación religiosa, el hombre religioso capta su propia vida como inserta en un más amplio contexto histórico y universal. Se ve a sí mismo como parte de un conjunto mayor, de una historia en la que desempeña un papel. Canciones, ritos y visiones de la vida le conectan con esa historia. Le ayudan a situarse en algún lugar entre el Edén y el Reino de Dios; le suministran un pasado y un futuro. Pero sin momentos realmente festivos el espíritu humano se encoge igual que su psique. Se convierte en algo infrahumano, una insignificancia sin origen ni destino. El festejo no solo vale por sí mismo, sino que constituye una necesidad imperiosa de la vida humana. Hoy, al último tercio del siglo XX, necesitamos el espíritu de la fiesta de los locos. La imagen de santos, festividades, solemnidades pueden cambiar porque respondían a una cultura especifica
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