domingo, 8 de marzo de 2015

FIESTA RELIGIOSA Y CULTURA POPULAR

Desde la posición que nos proporcionan los albores del siglo XXI y tomando en cuenta los conceptos de espectáculo total, el post-modernismo, el happening y el performance, resulta de gran interés observar, en ese "país extraño" que representa el pasado, una serie de manifestaciones populares que, al rebasar el marco religioso dentro del que se presentaban, se emparentan curiosamente con nuestras manifestaciones actuales.
     Con su particular mezcla de la devoción más solemne con lo festivo y carnavalesco, las festividades religiosas de la época virreinal representaron la cultura popular, muchas de cuyas manifestaciones han llegado hasta nuestros días. Al desbordar las fronteras de la teatralidad, ese tipo de espectáculo total abarcaba el espacio urbano y se extendía —colectivizándolo— al ámbito privado.
     
     En atrios, capillas abiertas, iglesias, colegios, conventos, plazas y calles, casas reales o particulares, con la participación de todos los estamentos de la sociedad, la fiesta religiosa popular constituía un evento en toda la extensión de la palabra. A las representaciones dramáticas estrictas se añadía toda una parafernalia parateatral, desde el desfile o procesión hasta el tianguis y la venta de fritangas. Como en lo que actualmente se conoce como happening, y emparentado con el performance, se participaba tanto de lo fijo y reglamentado como de lo improvisado y aleatorio, y hasta la riña sangrienta o el crimen, que en ocasiones tenían lugar, llegaban a formar parte del espectáculo.
     A esto hay que añadir que, durante los tres siglos virreinales, estas manifestaciones resultaron sospechosas a los ojos de la autoridad, fueron vigiladas, reglamentadas y a menudo prohibidas, pese a lo cual muchas de ellas fueron conservadas por el pueblo y conducidas hasta la actualidad.
     La primera forma de control y censura que apareció en la Nueva España fue la ejercida sobre las manifestaciones dramáticas y dancísticas practicadas durante las festividades religiosas por la gente del pueblo, sobre todo indígenas, y se manifestó tanto en la normativa emanada de los tres concilios provinciales mexicanos celebrados en 1555, 1565 y 1585, como en las leyes promulgadas por la Corona. Éstas últimas contribuyeron también a la preservación de danzas y costumbres a lo largo de las Américas.
     En 1555, Carlos V y Doña Juana ordenaron que se conservaran "las leyes y buenas costumbres que antiguamente tenían los indios para su buen govierno y policia, y sus usos y costumbres observados y guardados despues que son christianos", siempre y cuando no se encontraran en contradicción con "nuestra sagrada religion", ordenando a sus funcionarios que no se perjudicara "a lo que tienen hecho, ni a las buenas y justas costumbres y Estatutos suyos".
     En épocas posteriores esta ley sería invocada con frecuencia por los indios al solicitar licencia para realizar sus celebraciones o para protegerse de eclesiásticos o funcionarios que intentaban impedirles ejecutar sus danzas. Recopilación, Lib 2°, Tit. 1°, en Censura y teatro..., Documento 57, pp. 380-382.
     En la capital del virreinato, las grandes fiestas religiosas se celebraban públicamente y su organización y control —meticulosamente planeados y codificados— se llevaban a cabo bajo el patrocinio del Cabildo o Ayuntamiento de la ciudad, el Cabildo Eclesiástico de la Catedral y las diferentes órdenes religiosas. Sin embargo, ya desde el siglo XVI aparecieron las censuras a los espectáculos que acompañaban la celebración del Corpus Christi.
     Instituida por decreto papal desde 1264, la fiesta del Corpus Christi o Santísimo Sacramento fue, durante muchos siglos, la más importante del catolicismo. En la Nueva España floreció a partir de 1526 y, tanto en la capital como en Puebla y otras ciudades grandes, poseyó una refinada organización y se celebró con magnificencia. En su origen, los frailes y sus feligreses, los gremios de artesanos y las cofradías se encargaban de los adornos, carros, representaciones y danzas que acompañaban a la procesión.
     En ella desfilaban las autoridades civiles y eclesiásticas, encabezadas respectivamente por el Virrey y el Arzobispo y seguidas por las órdenes religiosas, los funcionarios y la nobleza, los gremios de artesanos y las cofradías de la ciudad. Para el último cuarto del siglo XVI, al terminar la procesión, la celebración culminaba con la representación de un auto sacramental o de una comedia realizada por comediantes profesionales.
     A pesar de su carácter religioso, la fiesta del Corpus se vio siempre marcada por elementos profanos de carácter popular y carnavalesco. La tarasca —posible representación del demonio o del paganismo subyugado por la Eucaristía—, así como los bailes grotescos de gigantes, enanos y cabezudos, le daban un carácter festivo.
     A lo largo de la procesión, en el atrio de la iglesia, o incluso en su interior, podían presentarse bailes puestos por indios, negros o españoles cuyo carácter, las más de las veces, nada tenía de devoto y mucho de lúdico y burlesco. Esta tradición procedía de Europa, donde, tanto en España como en Inglaterra o Francia, el Corpus conservaba, a pesar de la oposición de la Iglesia y de sus infructuosos esfuerzos por reglamentarlo, un carácter festivo —con reminiscencias paganas— que contrastaba con la solemnidad de la ocasión.
     Con la festividad, esos elementos paganos y carnavalescos pasaron al Corpus novohispano, al que se le añadieron las manifestaciones de los indígenas y africanos. Esto provocó la oposición del primer Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga quien en 1544-45 lanzó un severo ataque a las celebraciones del Corpus. La descripción que hizo recuerda, sin duda, una fiesta de carnaval:

Y cosa de gran desacato y desvergüenza parece que ante el Santísimo Sacramento vayan los hombres con máscaras y en hábitos de mujeres, danzando y saltando con meneos deshonestos y lascivos, haciendo estruendo, estorbando los cantos de la Iglesia, representando profanos triunfos, como el del Dios del Amor, tan deshonesto y aun a las personas no honestas tan vergonzoso de mirar (...).

Su indignación se dirigía sobre todo contra los europeos, a los que consideraba como portadores de malos ejemplos para los indios, ingenuos y maleables, por lo que advirtió:

Y además de esto hay otro mayor inconveniente, por la costumbre que estos naturales han tenido de su antigüedad, de solemnizar las fiestas de sus ídolos con danzas, sones y regocijos, y pensarían, y lo tomarían por doctrina y ley, que en estas tales burlerías consiste la santificación de las fiestas (...). García Icazbalceta (1988), Vol. III, pp. 438-439, en Censura y teatro... Doc. 2, pp. 241-242.

     Zumárraga murió en 1548, pero todavía se acataba su voluntad en 1550, cuando el Cabildo Eclesiástico ordenó que la procesión se hiciera "de la misma manera que se hacía en vida del señor obispo, sin danzas ni bailes ni fuegos ni invenciones..." Archivo del Cabildo de la Catedral, Libro 1°, 10.7.1550, en Censura y teatro..., p. 242. Sin embargo, la prohibición fue pronto levantada por el Cabildo de la Ciudad, para el cual era una cuestión de honor realizar las fiestas con el mayor lucimiento posible, y sabía que las representaciones, juegos y bailes que lo amenizaban constituían su mayor atractivo. 
Anónimo. Biombo: Juegos prehispánicos.
Detalle: Danzas indias. Octavo panel.
Segunda mitad del siglo XVII
Fotografía en color sobre bastidor, 25 x 17 cm
Fuente: Artes de México. Nueva época, núm. 12, 1991
Foto: Michel Zabé
Col. Museo de América, Madrid
Fototeca Cenidi-Danza

    Más difíciles de controlar, y por lo tanto con mayores oportunidades de transgredir, fueron las festividades religiosas de los pueblos indígenas y las zonas rurales. En ellos, lejos del control ejercido en los centros urbanos, la religiosidad popular se expresaba plenamente en los espectáculos y el desorden, con la consiguiente oposición del clero y los intentos de reglamentar y prohibir sus manifestaciones.
     Aunque existieron variantes en las costumbres regionales, las celebraciones seguían patrones más o menos generales. Además de las procesiones, representaciones dramáticas, músicas, danzas y voladores, se incluían diversiones caballerescas como justas, batallas navales o campales, carreras de caballos, juegos de cañas y sortijas, escaramuzas y corridas de toros que en muchos pueblos del interior habían pasado ya a ser del dominio popular.
     Las festividades de los santos titulares de los pueblos, el Corpus Christi, la Santa Cruz, la Navidad y Reyes, así como las procesiones y representaciones de la Pasión durante la Semana Santa, constituían los más importantes eventos en la vida de las comunidades. En su preparación se invertían meses enteros, durante los cuales se ensayaba por las noches y se vivía un ambiente de jolgorio y alegría.
     Durante las festividades, la concentración de multitudes resultaba en desórdenes, suciedad, embriaguez colectiva, heridos y hasta muertes, ocasionadas tanto en las riñas violentas que inevitablemente surgían como —con bastante frecuencia— en las corridas de toros, en las que, se dijo, "algunos mueren infelizmente, otros escapan heridos, descalabrados, estropeados y contrahechos". "Relación de Aranza" (1680), en Carrillo Cázares (1993), p. 113.
     A lo anterior hay que añadir las ruidosas celebraciones populares que se generaban —en pueblos y ciudades— con pretexto de las fiestas religiosas. Los peregrinos solían llegar desde la noche anterior a la fiesta, y muchos pernoctaban dentro de las iglesias o acampaban en sus cementerios.
     Allí se velaba, se encendían hogueras, se comía, se ingerían bebidas alcohólicas y la noche transcurría en un ambiente festivo, amenizado por juegos, música, bailes, borracheras y cantos en los que destacaban las coplas satíricas o irreverentes que ridiculizaban toda clase de autoridades o instituciones, por sagradas que fuesen. Esto se repetía, ante iglesias o en plazas y calles, durante todos los días que duraban las fiestas.
     El desorden general, aunado a los considerables gastos que las fiestas ocasionaban a los pueblos y cofradías —que a menudo se vieron al borde de la ruina—, formaron parte de las objeciones que los poderes civil y eclesiástico pusieron a las fiestas religiosas, así como de las medidas que tomaron para contenerlas y normarlas. Mientras que el gobierno se esforzaba por prevenir el desorden, la Iglesia condenaba la mezcla de lo sagrado y lo profano, los bailes y representaciones dentro de los templos y conventos y el ambiente festivo que se generaba. Sin embargo, por el arraigo de estas celebraciones entre el pueblo, la resistencia que opuso a la normatividad y la censura terminaría por hacer infructuosos los esfuerzos de las autoridades.

LOS LENGUAJES NO VERBALES EN EL SIGLO XVI

Además de las condiciones mencionadas, muchos casos de censura, interesantes y curiosos, se dieron constantemente a lo largo del territorio virreinal. Entre otras manifestaciones, los lenguajes extraliterarios o no-verbales también inquietaron considerablemente a los religiosos. Desde el siglo XVI aparecieron objeciones al uso de vestuario, insignias y ornamentos eclesiásticos e imágenes sagradas.
      En acatamiento a las disposiciones del Concilio de Trento, que condenaron la mezcla de lo sagrado y lo profano, Felipe II promulgó en 1588 una Real Cédula, en la que prohibía el uso de vestiduras eclesiásticas en los teatros. A ésta seguirían, en todas las épocas, reiteradas disposiciones que —huelga decirlo—, serían sistemáticamente desobedecidas.
     En 1586 se registró un curioso caso cuando se denunció ante el Santo Oficio y se formó proceso a Francisco de Guzmán, "sastre honrado" y mayordomo de la Cofradía de la Soledad en el puerto de Veracruz. Guzmán fue acusado de "haber hecho representaciones con imágenes e indecentemente". De acuerdo con el denunciante, acostumbraba sacar imágenes de la iglesia para ofrecer con ellas representaciones seudo-dramáticas, las cuales daban lugar a irreverencias como ésta:

...y acude luego por detrás de la imagen de la Madre de Dios y métele la mano por bajo de las faldas y comiénzala a mover para que hiciese como ademanes de sentimiento, como si fuera cosa de matachines.

     Sus representaciones habían escandalizado a los vecinos, por lo que el Santo Oficio dispuso que se le prohibiera su práctica y ordenó a su Comisario en Veracruz que, si Guzmán reincidía, "le puede mandar prender y tener en la cárcel algunos días", con lo cual parece haberse frustrado una genuina vocación de titiritero quien, desafortunadamente, había elegido los muñecos equivocados.  AGN, Inquisición, Vol. 139, Exp. 29, en Censura y teatro..., pp. 127. y 351-355.
Miembro de la Inquisición dicta sentencia contra un reo. (León-Portilla, coord. gral., 1189).

EL SIGLO XVII: FESTIVIDADES RELIGIOSAS Y DANZAS-TEATRO

Al lado de los esfuerzos de la autoridad civil por evitar desórdenes y prevenir incidentes violentos durante las celebraciones religiosas, algunos importantes prelados encaminaron sus esfuerzos a la promulgación de normas y prohibiciones que atañían a los bailes y representaciones que las acompañaban. Entre ellas destacan disposiciones como las dictadas en 1646 por el Obispo de Puebla Fray Juan de Palafox en las que, bajo multa de cien pesos, ordenaba a los curas de su diócesis que impidieran su práctica "en las capillas, hermitas, y cementerios, ni otro lugar sagrado...":

22. Los templos son oratorios de los fieles, adonde hemos de ir a solicitar la divina misericordia, y no a irritar su justicia; y assi no se consientan comedias, ni entremeses, ni bayles profanos, ni danzas, ni otras cossas, que disuenen de la reverencia con que se debe estar en los lugares sagrados, y benditos, porque esto está gravemente prohibido por autoridades de santos, disposiciones del derecho, y constituciones apostolicas. Palafox y Mendoza (1762), Vol. III, Epístola II, Cap. VIII, pp. 197-199, en Censura y teatro..., Documento 8, p. 251.

     Otro tipo de espectáculo que se encontró también con la oposición de las autoridades fueron las danzas-teatro o danzas dialogadas, cuya temática incluía las batallas entre moros y cristianos y la conquista de México, así como la escenificación de historias con temas bíblicos o vidas y martirios de santos. En 1699 se denunciaron los Moros y Cristianos que se practicaban "en toda la sierra de Michoacán, sus pueblos y doctrinas en las muchas fiestas que en cada un año hacen".
    Los danzantes se vestían en la sacristía y usaban vestiduras y ornamentos sagrados. Su desarrollo empezaba con la ruidosa llegada de las huestes de "moros" al exterior de la iglesia, a la que entraban lanzando desafíos, y proseguía en la plaza mayor de la ciudad, ante el "castillo" que se habría de asediar, en el que se encontraba la cruz o una imagen "robada", que las tropas "cristianas" rescatarían.
   Sobre su ejecución en Pátzcuaro se añadió un interesante detalle: "Así en esta ciudad como en los pueblos de indios", en el interior del templo, figuraba un grupo "en traje de negros ridículos", que evolucionaba "haciendo monerías y visajes divirtiendo al auditorio de la iglesia". AGN, Indios, Vol. 15, ff. 124v-125r; Inquisición, Vol. 710, Exp. 2, ff. 8-11bis. Contra este tipo de representaciones, el Arzobispo de México Francisco Aguiar y Seixas había promulgado —al parecer infructuosamente— un severo edicto en 1694. 
    Cuando el desorden involucraba a las imágenes sagradas, y las escenificaciones de Moros y Cristianos se combinaban con otros espectáculos, el peligro y la inquietud de los eclesiásticos se redoblaban. Una denuncia, fechada en 1719, hablaba sobre los abusos cometidos en Orizaba en una representación de Moros y Cristianos que se efectuó durante una corrida de toros. En ella, "poco antes del primer toro, sacaron a San Miguel en sus andas" para dar la vuelta al ruedo, pero alguien abrió la puerta antes de tiempo y los toros salieron en tropel provocando una estampida general, durante la cual "estuvo a pique de andar rodando por el suelo la santa imagen". AGN, Inquisición, Vol. 1051, f. 192, en Censura y teatro..., p. 372.
   Aún más que las anteriores, las escenificaciones de historias de santos provocaban el recelo de las autoridades religiosas, que redoblaban sus esfuerzos por reprimirlas. El viajero inglés Thomas Gage, quien estuvo en la Nueva España entre 1624 y 1635, observó que esas manifestaciones, a las que llamó "una tragedia actuada por medio de la danza", eran muy apreciadas por los indígenas de Chiapa y Guatemala. Los desórdenes y las "irreverencias" que acompañaban su ejecución fueron descritos en 1621 por Fray Urbano de Rebenga quien, desde su parroquia en el pueblo de San Lucas, escribió a sus superiores quejándose amargamente. Esas danzas, "donde sacan las historias y martirios de santos como son los apóstoles y de otros santos particulares", se ejecutaban sobre todo durante las fiestas de Santiago y de San Lucas —patrono del pueblo—-: no hay fiesta ninguna ni es de estima si no hay danza de santos, que ni se estiman las procesiones del Santísimo Sacramento ni de los demás santos ni misas ni sermones sino estas danzas, y borracheras que usan en ellas.

Los indígenas, de acuerdo con Fray Urbano, "todo lo quieren representar y bailar", inclusive los sermones, como sucedió en los pueblos de Santiago y San Diego Xenacoc donde, después de haber predicado sobre la pasión de Cristo, me pidieron unos indios que les diese aquello por escrito, porque querían sacar una representación de ello, y los unos de ellos me dijeron que ya estaban concertados para representarlo.

Las fiestas resultaban demasiado costosas y los indígenas, para pagarlas "se venden y empeñan", adquiriendo penosas deudas. Además, alquilaban lujosas ropas para bailar y usaban vestiduras y accesorios eclesiásticos tomados de las iglesias. Los participantes adquirían gran prestigio entre su comunidad, y uno de sus feligreses le confesó a Fray Urbano que la mayoría de ellos bailaban por el éxito que lograban con las mujeres, en especial los que interpretaban al "señor emperador tirano" o al santo mártir. Durante las fiestas, espectadores y danzantes participaban en la embriaguez general, y se cometían abusos de los que el sacerdote se confesaba escandalizado,

viendo borracho al que hace la figura del santo, unas veces corriendo, otras danzando y otras cayendo, y viniendo al martirio del santo no podían hacer mas fieros ademanes, así de contento y de escarnio, los que verdaderamente martirizaron el santo, como lo hacen los indios.

Ese tipo de comportamiento parece haber sido bastante común en muchos pueblos.
Para reforzar sus argumentos, el fraile relataba cómo, en uno de ellos, sacaron una danza y en ella los doce apóstoles: dos de ellos se apartaron de una danza, y los hallaron entretenidos con dos muchachos y con sus vestidos y insignias los llevaron a la cárcel.

Por escándalos similares, el Provisor del Obispado había prohibido esas danzas, pero los indígenas, apoyados por sus autoridades civiles, se negaban a obedecer. Los esfuerzos de Fray Urbano para suspender en San Lucas la ejecución de danzas-teatro de temas bíblicos y santos resultaban inútiles, pues —decía— con la complicidad de "los religiosos y seculares", y de "su encomendero", los indios "cobran atrevimiento". Cuando los reprendió, "con grandísima libertad dijeron que ya tenían alquiladas las vestiduras y que habían de danzar así yo no quisiere":

Ahora, por haber yo reprendido esto en este pueblo de San Lucas, se han amotinado todos los indios contra mí, que si pudieran ponerme las manos lo hicieran, y han jurado que aunque me pese han de danzar, y así se ensayan para ello. Y en odio de esto, mas de cien personas, que habían de comulgar para el domingo que viene que celebro la fiesta del Rosario de Nuestra Señora, no quieren venir ni comulgar porque les prohíbo las danzas; y juran que me han de hacer quitar de aquí, y otras cosas de gente de poco juicio, y algo libres. AGN, Inquisición, Vol. 486 2ª Parte, ff. 669-673r.

Por todas partes, los indígenas oponían una tenaz resistencia. Muchos de los religiosos —excepto los más aguerridos o con más apoyo—, sobre todo en los pueblos alejados, sabían que se encontraban en desventaja cuando tenían que enfrentarse, solos, a la oposición y al desafío de todo un pueblo.
    
Anónimo. Biombo: Juegos prehispánicos.
Detalle: Danzas indias. Séptimo panel.
Segunda mitad del siglo XVII
Fotografía en color sobre bastidor, 24.5 x 17 cm
Fuente: Artes de México. Nueva época, núm. 1, 1989
Foto: Michel Zabé
Col. Museo de América, Madrid
Fototeca Cenidi-Danza



LOS CICLOS DE LA PASIÓN Y DE NAVIDAD EN EL SIGLO XVIII

El siglo XVIII marcó no sólo el mayor florecimiento y difusión de ciclos dramáticos como los de la Pasión y Navidad, sino la más abierta condena de la Iglesia, que inauguró una época de reformas que condujo a una decidida persecución contra el teatro religioso popular. Dos importantes factores contribuyeron a ello: la inveterada enemistad de los eclesiásticos y las ideas de la Ilustración. Mientras ésta condenaba en nombre de la propiedad, la modernidad y la razón, la Iglesia lo hacía en nombre de la moral.
     El año de 1765 fue decisivo, dada la prohibición de representar autos sacramentales, promulgada por Carlos III como parte de una serie de medidas para desterrar la superstición y desacralizar y reformar las manifestaciones teatrales, a la que siguieron, en 1772, 1777 y 1780, las prohibiciones de bailar dentro de las iglesias y la exclusión de la Tarasca y los gigantes de las procesiones del Corpus Christi.
     Como consecuencia, en la Nueva España se desarrolló una intensa campaña para implantar esas reformas, y a partir de esos años se inició una verdadera "marginación" de las manifestaciones escénicas de la religiosidad popular. Estas manifestaciones no lograron escapar al largo brazo de la censura.
     En 1757, al parecer infructuosamente, el arzobispado había prohibido las Danzas de los Santiaguitos y las representaciones en lenguas indígenas de La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, pero en1768 el Santo Oficio inició una investigación sobre las mismas representaciones, que tradicionalmente se ejecutaban —en castellano— en los pueblos de la región de Tlaxcala, Puebla y México.
     Se alegaba que los textos, transmitidos de una generación a otra, habían degenerado, tanto en su lenguaje como en su puesta en escena, rebosando de elementos que a los ojos religiosos aparecían no sólo como escandalosos sino hasta blasfemos. De acuerdo con las denuncias, el personaje de Judas se había convertido en un gracioso de comedia, que mantenía al público en constante alegría, en detrimento de la seriedad del tema.
     Numerosos textos fueron recogidos en la región de Chalco, y se entregaron a dos sacerdotes calificadores del Santo Oficio, quienes emitieron opiniones contradictorias; mientras el primero los condenó tajantemente, con el segundo los inquisidores tuvieron que enfrentarse con un hombre de vasta cultura y avanzadas ideas: el maestro y ex-provincial de la Orden de Predicadores Fray Francisco de Larrea, quien defendió brillantemente las representaciones de La Pasión.
     Desplegando no sólo su erudición sino un gran sentido del humor, el Padre Larrea, realizó un extenso análisis del teatro religioso desde la Edad Media, demolió los argumentos de los opositores, propuso soluciones escénicas de asombrosa modernidad que se emparentan con las teorías brechtianas y afirmó categóricamente que las representaciones que se hacían en su convento resultaban más taquilleras que la verdadera Pasión de Cristo:

...se representa el espectáculo en esta iglesia de nuestro convento con tan saludables efectos en el ánimo de los fieles, que se puede dudar, si hubo tan feliz éxito el original en el Calvario como lo tiene el representado cada año en este tiempo.

Ante el cuestionamiento de que en las representaciones se repitieran las palabras de Cristo y se escenificaran ceremonias como la consagración de la hostia, Larrea sacó sorprendentes conclusiones. La ilicitud residía únicamente en el hecho de que "se persuaden los representantes y asistentes que aquella consagración es verdadera"; el remedio consistía en demostrar a actores y espectadores que era "puramente representada".
     El actor que interpretaba a Cristo debía tomar distancia de su personaje y decir a los espectadores: "Yo, que indignamente represento la persona de Nuestro Señor, os hago saber..." Su defensa concluía con una brillante paráfrasis del pensamiento de Tomás de Aquino: todas las representaciones dramáticas eran lícitas "mientras la malicia humana no abuse de ellas". AGN, Inquisición, Vol. 1072, Exp. 10, en Censura y teatro..., pp. 134-136 y 299-319. 
  Al principio se acató el dictamen del Padre Larrea, pero poco después el Santo Oficio resolvió prohibir las representaciones de La Pasión. En 1769, el Arzobispo de México y su Provisor decretaron que, además de las "representaciones en vivo de la Pasión de Cristo nuestro redentor", quedaban prohibidas las pastorelas y autos de los Reyes Magos, "por las irreverencias que se ejecutan, y profanación de vestiduras y ornamentos sagrados". En el mismo edicto se proscribieron también el Palo del Volador (que años antes había sido permitido), las Danzas de Santiaguito y "otros bailes supersticiosos". Vera (1887), Tomo 3°, pp. 6-7, en Censura y teatro..., p. 259.

Anónimo. Biombo: Juegos prehispánicos.
Detalle: El palo del volador. Paneles centrales.
Segunda mitad del siglo XVII
Fotografía en color sobre bastidor, 25 x 15.5 cm
Fuente: Biombos mexicanos
Foto: Oronoz, Madrid
Col. Museo de América, Madrid
Cortesía del Centro de Estudios de Historia de México Condumex
Fototeca Cenidi-Danza
     Estas medidas afectaron a otro importante ciclo, que sufrió también los embates de la censura. Los coloquios y pastorelas que se presentaban dentro de las iglesias o en sus atrios durante la temporada de Navidad. Estas celebraciones —típicamente franciscanas— se contaron entre las primeras que se implantaron —por Pedro de Gante— en la Nueva España, y para la segunda mitad del siglo XVIII habían alcanzado una gran popularidad.
     Además de las presentadas en recintos religiosos, el pueblo en general las practicaba como diversión privada durante los festejos de la Navidad y Reyes Magos, y su tradición dio origen a las "posadas".
     La realización de estas puestas en escena caseras, cuya temática abarcaba desde el nacimiento de Cristo y el anuncio hecho por los ángeles a los pastores hasta la adoración de los Reyes Magos, corría a cargo de aficionados y se llevaba a cabo en sus casas, con la asistencia de familiares y amigos. Para los participantes, la diversión se iniciaba desde los primeros ensayos y culminaba con las representaciones.
     Estas celebraciones fueron objeto de numerosas denuncias, tanto ante las autoridades civiles como ante la Inquisición; en casi todas ellas se alegaba que, por su tema, este tipo de representaciones debía comprenderse dentro de la prohibición real de autos sacramentales hecha en 1765, a lo que se añadía que se efectuaban en casas particulares, las más de las veces sin licencia ni supervisión eclesiástica o civil.
     Además, se objetaba que en ellas se mezclara lo sagrado con lo profano al utilizar vestuario y ornamentos religiosos y se incluyeran —como en el teatro profesional— entremeses, canciones y bailes profanos. Los púdicos denunciantes clamaban porque se prohibieran, debido a las agravantes anteriores y a los "graves" peligros morales y "ocasiones de pecados públicos" que implicaba la reunión de personas de ambos sexos, tanto entre los "actores" como entre los espectadores.
     En 1808, este género fue prohibido por partida doble, mediante edictos promulgados, respectivamente, por el Virrey Garibay y el Arzobispo de México Lizana y Beaumont. Lo infructuoso de los esfuerzos por reglamentar y controlar las manifestaciones lúdicas populares se había hecho patente a lo largo de la época virreinal, tanto en la continuidad de dichas prácticas como en la recurrencia de las prohibiciones, así como en la alternancia perenne de la normatividad con la transgresión.

Qué es el carnaval?


Carnaval es una fiesta que se celebra antes de la cuaresma cristiana (que puede ir desde finales de enero hasta principios de marzo según el año). Son típicos los  disfraces, desfiles y fiestas callejeras. Pese a las grandes diferencias en los modos de su celebración en distintos lugares del mundo, su común denominador es el de ser un período de permisividad y de cierto descontrol. Y tal parece, según nos cuenta la historia, que prohibiciones y ocultamientos han sido infructuosos para acallar lo dionisíaco de este evento.
800px-william-adolphe_bouguereau_281825-190529_-_the_youth_of_bacchus_28188429
Las festividades del Carnaval encuentran su origen en fiestas paganas. Se remontan a  Sumeria y Egipto, hace más de 5,000 años, con celebraciones similares en la época del Imperio Romano. Probablemente en las que se realizaban en honor a Baco, dios del vino, las bacanales, en las saturnales y las lupercales romanas, o las que se realizaban en honor del buey Apis  en Egipto.
Bacanal, en la actualidad, es casi sinónimo de orgía, tumultuosa y desordenada. En sus orígenes, en el mundo griego y romano, eran celebraciones griegas en honor al dios Baco y en Roma, en honor a Dioniso, en las que se bebía sin medida. Las sacerdotizas las organizaban y el nombre ha permanecido asociado a las orgías romanas.
800px-los_borrachos_o_el_triunfo_de_baco_1629_velc3a1zquez

El Senado, en el 186 a. C. prohibió la celebración de bacanales y promulgó una ley que intentó devolver el culto a Baco al ámbito sagrado.
Pero era una costumbre tan popular que resultó ineficiente para hacer desaparecer las bacanales de modo total.
La Iglesia católica hizo algo similar reemplazándolas por el carnaval.

saturnales
Las Saturnales eran una festividad romana también conocida como “fiesta de los esclavos” porque recibían raciones extra, tiempo “libre” y otros beneficios.
Se celebraban por dos motivos: 
1) En las fechas a comienzos de año, del 17 al 23 de diciembre en honor a Saturno, dios de la agricultura. Se celebraba el fin del lapso más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz, coincidiendo con el solsticio de Invierno. Es posible que fueran la fiesta de terminación de los trabajos del campo, luego de la siembra de invierno, momento en que las familias campesinas y los esclavos domésticos, podían descansar. Eran 7 días de diversión, banquetes e intercambio de regalos.  Oficialmente se celebraba el 17 de diciembre, pero esta fiesta era tan popular, que se festejaba durante 7 días, hasta el 23 de diciembre. 
2) Al triunfo de un victorioso general (fiesta del triunfo).
El cristianismo tuvo grandes problemas para terminar con esta fiesta pagana. Posteriormente, el nacimiento del Sol y su nuevo período de luz fueron sustituidos por la Iglesia, haciéndolas coincidir con el nacimiento de Jesús, el día de Navidad.
carnaval-8
Desde el Imperio Romano se difundió por toda Europa.
Posteriormente fue  llevado a partir del siglo XV a América por los colonizadores españoles y portugueses.
En América adquirió características singulares, propias de su cultura e idiosincracia. Cabe destacar que, el sol, los solsticios y equinoccios eran objeto de veneración y tanto sus costumbres como arquitectura les ofrendaban homenajes y monumentos.  
mascaras_carnaval
En la España de la época de la Conquista y la Colonia, durante el reinado de los Reyes Católicos, ya era costumbre disfrazarse en determinados días con el fin de gastar bromas en los lugares públicos. En 1523, Carlos I prohibió por ley las máscaras y enmascarados. También Felipe II hizo una prohibición sobre máscaras. Pero con Felipe IV, se restituyó el uso legítimo y el esplendor de las máscaras.

El Carnaval y sus rituales: Algunas lecturas antropológicas.

El libro de Julio CARO BAROJA "El Carnaval: Análisis histórico-cultural", se convirtió en un clásico del tema, a partir de su 2ª edicion de 1979. Luego seguirian Josefina ROMA RIU con su "Aragón y el Carnaval" (1980) y Juán GARMENDIA con su "Carnaval en Navarra" (1984), sin dejar de lado a Florencio CASTAÑAR con "El Peropalo. Un rito de la España mágica" (1986) (referido al Carnaval de Villanueva de la Vera en Cáceres) ni a Xose Manuel GONZALEZ REBOREDO y Xosé Ramón MARIÑO FERRO  con su "Entroido en Galicia" (1987).

Tambien es interesante la obra de Harvey COX "La fiesta de locos, ensayo teológico sobre las nociones de fiesta y fantasia" (1971), donde se estudian estas fiestas medievales que se iniciaban en las calendas de diciembre y culminaban en el periodo de Carnaval. Tambien es obligado mencionar (dado su enfoque eminentemente histórico) a Claude GAIGNEBET y Marie Claude FLORENTIN, con su influyente obra "Le Carnaval. Esais de mythologie populaire" (1974), enfocando el estudio del carnaval desde una perspectiva histórica.


LOS RITUALES DEL CARNAVAL:  


Caro Baroja caracterizó el carnaval como "periodo pasional intenso" y Josefina Roma como la "fiesta de las fiestas". El carnaval ocupa una posición privilegiada  y estratégica dentro del ciclo de fiestas que van de la Navidad a Pascua, y que fue incorporando bajo su órbita elementos celtas precristianos, algunos modelos de fiestas romanas (Lupercalia, Saturnalia y Matronalia) y algunos elementos de exhibición y ostentación de las clases acomodadas en el Renacimiento. Por tanto, podríamos distinguir cuatro grandes orientaciones:


    1)  Los rituales cósmicos.
    2)  Los rituales de fertilidad.
    3)  Los rituales de inversión.
    4)  Los rituales de ostentación.

1.-  LOS RITUALES COSMICOS:  Para Gaignebet y Roma, el carnaval supone un gran caos creador y generador de vida, que se ejecuta en periodos de cuarenta dias aproximadamente (calendarios solar y lunar) según el calendario celta de matriz precristiana. Para Roma (que sigue a Gaignebet) el inicio de las fiestas de primavera, y más concretamente del carnaval, son el 2 de febrero, actual festividad de La Candelaria o Purificación de la Virgen. Si la Candelaria coincide con luna nueva, el invierno ha finalizado; si es luna llena, el invierno se prolongará 40 dias más. De ahí la necesidad de ceremonias y ritos que aseguren y propicien la rápida llegada de la primavera como simbolo de vida, asi como el invierno lo es de la muerte. La predicción del tiempo debe basarse en el sueño de los osos, que en esas fechas despiertan del letargo invernal. Si al asomarse fuera de la guarida observan claridad (luna llena) regresan a su estado letárgico, pero si ven oscuridad (luna nueva), inician su actividad, y con ella, simbólicamente, el renacimiento de la vida animal y vegetal. De ahi la importancia de tiznarse la cara los actores, para animar al oso a salir de su guarida.

La figura del oso está directamente asociada al mundo de los muertos y los antepasados. Según Roma, el mundo primitivo vive muy intensamente las relaciones entre los vivos y los muertos, y éstos últimos pueden tener un comportamiento maligno o benefactor, y Carnaval era una de las épocas de mayor malignidad de estos espectros, y de ahi viene la necesidad de conjurarlos mediante una serie de rituales específicos, entre los que destacan:
   -- La aparición de un héroe divino, montado en un caballo blanco, cuya misión es guir las almas a un mundo superior. Los "montatos" altoaragoneses (hombres-caballo de cesteria) son interpretados como la pervivencia de este héroe de origen celta, luego cristianizado en figuras como San Martín, San Jorge, o Santiago, que luchan contra sus adversarios.
    -- La "luz" en su doble sentido de alumbramiento del camino que los antepasados deben seguir (las velas de la Candelaria), pero tambien como fuego purificador, simbolizado por las grandes hogueras que tradicionalmente se encendían en las festividades próximas al Carnaval, de San Antonio, San Sebastián, San Vicente, San Pablo Ermitaño y San Blas, hasta San José.  
 -- Estos fuegos tambien cumplian la función de quemar una víctima expiatoria (representada por el Judas, el Peropalo, Miel Otxin, o el rey del Carnaval) que cargaba con los pecados de la comunidad, liberándola de sus males.
En resúmen, el sentido primitivo de los rituales de carnaval estaría directamente relacionado con el ciclo del mundo de los muertos, y con el tránsito del invierno a la primavera; per eso, se afirma qie el Carnaval es la fiesta de las fiestas, y su importancia está en la batalla entre la muerte y la vida.
2.-  LOS RITUALES DE FERTILIDAD:   Muchos autores destacan la importancia de los rituales de fertilidad y fecundidad explícitos o implícitos en las fiestas de carnaval. Desde este punto de vista, el carnaval ha de ser analizado como una alegoria del espiritu de la abundancia. La tierra, el mundo animal y vegetal, aletargado durante el invierno, necesitan revitalizarse mediante unos rituales específicos que vamos a analizar.
En la antigua Roma, los "Luperci" eran los sacerdotes consagrados al dios Pan. Las fiestas que protagonizaban eran las Lupercales o Lupercalias y estaban relacionadas con la fecundidad de las mujeres y del ganado, asi como la preservacion del ganado de animales salvajes. Se celebraban en febrero y gozaban de gran aceptación popular. Se sacrificaba un macho cabrio, y luego unos jóvenes (los lupercos) corren medio desnudos persiguiendo a las jóvenes, azotándolas con las tiras de la piel del macho cabrio, lo que les aseguraba la fecundidad y les ayudaba en el alumbramiento. Muchos carnavales en la actualidad muestran un enorme parecido con lo que se ha descrito; en resúmen:
-  Suelen llevar una piel de animal.
- Visten de forma irregular, recordando a veces la vestimenta femenina aunque no sean mujeres.
-  De su vestimenta o del cinto, prenden cencerros que recuerdan animales domésticos.
-  Su comportamiento es especialmente anormal, golpeando a la gente con látigos o palos rematados con vejigas.
Asi tenemos a los "botargas" de Guadalajara, el "colacho" de Burgos, los "cigarrons" y "troteiros" de Galicia, los "peliqueiros" de Verín (Ourense), los "yoaldunak" navarros de Ituren y Zubieta, los "trangas" de Bielsa, los "calabaceros" del Pero Palo cacereño, y por último, los "carneros", los "diabletes" y los "carnebuches" de las Islas Canarias.    
Las máscaras de todos estos personajes asimilan a sus protagonistas con el lobo, el macho cabrío y el oso, animales que tradicionalmente han estado relacionados con la fertilidad, purificación y protección de los rebaños en contextos de economia pastoril.

3.- LOS RITUALES DE INVERSION: El orígen de estos rituales lo sitúan los estudiosos en las "Saturnalias" y las "Matronalias" romanas, y en las llamadas "Fiestas de Locos" medievales. Según Caro Baroja, las Saturnales se iniciaban el 17 de diciembre y duraban una semana; Saturno era el dios de la Agricultura, y se le asocia con la abundancia de alimentos. Otra de las características de estas fiestas consistia en la libertad de gozaban los esclavos, invirtiendo los patrones jerárquicos. Por las noches, los esclavos y el pueblo bajo invadian las calles con todo tipo de licencias y diversiones al grito de ¡Saturnalia!; elegian un "rey bufo" que gobernaba las fiestas, bailes y banquetes y finalmente su efigie era sacrificada. Esta inversión de papeles en la sociedad era entendido como un recuerdo de aquella época de abundancia, en la que todos los hombres eran iguales, sin distinción entre libres y esclavos. 
Con la implantación del Cristianismo, las Saturnales fueron perdiendo fuerza, y con el tiempo fueron desarrollándose en las mismas calendas de diciembre otros rituales de inversión que, a partir de la Edad Media serían conocidas como "Fiestas de Locos".
Eran conocidas como las "Feriae servorum", y estas "libertades de diciembre", comenzaban el 6 de diciembre (San Nicolás de Bari), en la que se elegía al "Obispillo" (en Catalunya, la fiesta del Bisbetó) de entre los monaguillos y niños de coro o escolania de las catedrales. Elercian funciones episcopales (excepto la misa) dentro de las iglesias y vestido de Obispo y con el cortejo correspondiente.

La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: el contexto de Francois Rabelais

En nuestro país, Rabelais es el menos popular, el menos estudiado, el menos comprendido y estimado de los grandes escritores de la literatura mundial. 

No obstante, Rabelais está considerado como uno de los autores europeos más importantes. Blinsky lo ha calificado de genio, de "Voltaire" del siglo XVI, y estima su obra como una de las más valiosas de los siglos pasados. Los especialistas europeos acostumbran a colocarla -por la fuerza de sus ideas, de su arte y por su importancia histórica- inmediatamente después de Shakespeare, e incluso llegan a ubicarlo a la par del inglés. Los románticos franceses, sobre todo Chateaubriand y Hugo, lo tenían por uno de los genios más eminentes de la humanidad de todos los tiempos y pueblos. Se le ha considerado, y se le considera aún, no sólo como un escritor de primer orden, sino también como un sabio y un profeta. He aquí un juicio significativo de Michelet: "Rabelais ha recogido directamente la sabiduría de la corriente popular de los antiguos dialectos, refranes, proverbios y farsas estudiantiles, de la boca de la gente común y los bufones.

"Y a través de esos delirios, aparece con toda su grandeza el genio del siglo y su fuerza propedutetica (es el conjunto de saberes y disciplinas que hace falta conocer para preparar el estudio de una materia, ciencia o disciplina). Donde no logra descubrir, acierta a entrever, anunciar y dirigir. Bajo cada hoja de la floresta de los sueños se ven frutos que recoger el porvenir. Este libro es una rama de oro. 

Es evidente que los juicios y apreciaciones de este tipo son muy relativos. No pretendemos decidir si es justo colocar a Rabelais a la par de Shakespeare o por encima o debajo de Cervantes, etc. Por lo demás, el lugar histórico que ocupa entre los creadores de la nueva literatura europea está indiscutiblemente al lado de Dante, Boccacio, Shakespeare y Cervantes. Rabelais ha influido poderosamente no sólo en los destinos de la literatura y la lengua literaria francesa, sino también en la literatura mundial (probablemente con tanta intensidad como Cervantes). Es también indudable que fue el más democrático de los modernos maestros literarios. Para nosotros, sin embargo, su cualidad principal es la de estar más profundamente ligado que los demás a las fuentes populares (las que cita Michelet son exactas, sin duda, pero distan mucho de ser exhaustivas); el conjunto de estas fuentes determinaron su sistema de imágenes tanto como su concepción artística. 

Y es precisamente ese peculiar carácter popular y, podríamos decir, radical de las imágenes de Rabelais lo que explica que su porvenir sea tan excepcionalmente rico, como correctamente señala Michelet. Es también este carácter popular el que explica "el aspecto no literarios de Rabelais, quiero decir su resistencia a ajustarse a los cánones y reglas del arte literario vigentes desde el siglo xvi hasta nuestros días, independientemente de las variaciones que sufriera su contenido. Rabelais ha rechazado estos moldes mucho más categóricamente que Shakespeare o Cervantes, quienes se limitaron a evitar los cánones clásicos más o menos estrechos de su época. Las imágenes de Rabelais se distinguen por una especie de "carácter no oficial", indestructible y categórico, de tal modo que no hay dogmatismo, autoridad ni formalidad unilateral que pueda armonizar con las imágenes rabelesianas, decididamente hostiles a toda perfección definitiva, a toda estabilidad, a toda formalidad limitada, a toda operación decisión circunscritas al dominio del pensamiento y la concepción del mundo. 

De ahí la soledad tan especial de Rabelais en el curso de los siglos siguientes: es imposible llegar a él a través de los caminos trillados que la creación artística y el pensamiento ideológico de la Europa burguesa, siguieron a lo largo de los últimos cuatro siglos. Y si bien es cierto que en ese tiempo encontramos numerosos admiradores entusiastas de Rabelais, es imposible, en cambio, hallar una comprensión total, claramente formulada, de su obra. 

Los románticos, que redescubrieron a Rabelais, como a Shakespeare y a Cervantes, no supieron encontrar su centro y no pasaron por eso de una maravillada sorpresa. Muchos son los comentaristas que Rebelais ha rechazado y rechaza aún; a la mayoría por falta de comprensión. Las imágenes rabelesianas incluso ahora siguen siendo en gran medida enigmáticas.

El único medio de descifrar esos enigmas, es emprender un estudio en profundidad de sus fuentes populares. Si Rabelais se nos presenta como un solitario, sin afinidades con otros grandes escritores de los cuatro últimos siglos, podemos en cambio afirmar que, frente al rico acervo actualizado de la literatura popular, son precisamente esos cuatro siglos de evolución literaria los que se nos presentan aislados y exentos de afinidades mientras las imágenes rabelesianas están perfectamente ubicadas dentro de la evolución milenario de la cultura popular.

Si Rabelais es el más difícil de los autores clásicos es porque exige, para ser comprendido, la reformulación radical de todas las concepciones artísticas e ideológicas, la capacidad de rechazar muchas exigencias del gusto literario hondamente arraigadas, la revisión de una multitud de nociones y, sobre todo, una investigaciones profunda de los dominios de la literatura cómica popular que ha sido tan poco y tan superficialmente explorada.

Ciertamente, Rabelais es difícil. Pero, en recompensa, su obra, descifrada convenientemente, permite iluminar la cultura cómica popular de varios milenios, de la que Rabelais fue el eminente portavoz en la literatura. Sin lugar a dudas, su novela puede ser la clave que nos permita penetrar en los espléndidos santuarios de la obra cómica popular que han permanecido incomprendidos e inexplorados. Pero antes de entrar en ellos, es fundamental conocer esta clave.

La presente introducción se propone plantear los problemas de la cultura cómica popular de la Edad Media y el Renacimiento, discernir sus dimensiones y definir previamente sus rasgos originales.

Como he dicho, la risa popular y sus formas, constituyen el campo menos estudiados de la creación popular. La concepción estrecha del carácter popular y del folklore nacida en la época pre-romántica y rematada esencialmente por Herder y los románticos, excluye casi por complete la cultura específica de la plaza pública y también el humor popular en toda la riqueza de sus manifestaciones. Ni siquiera posteriormente los especialistas del folklore y la historia literaria han considerado el humor del pueblo en la plaza pública como un objeto digno de estudio desde el punto de vista cultural, histórico, folklórico o literario. Entre las numerosas investigaciones científicas consagradas a los ritos, los mitos v las obras populares, líricas y épicas, la risa no ocupa sino un lugar modesto. Incluso en esas condiciones, la naturaleza específica de la risa popular aparece totalmente deformada porque se le aplican ideas y nociones que le son ajenas pues pertenecen verdaderamente al dominio de la cultura y la estética burguesa contemporáneas. Esto nos permite afirmar, sin exageración, que la profunda originalidad de la antigua cultura cómica popular no nos ha si revelada.

Sin embargo, su amplitud e importancia eran considerables en la Edad Media y en el Renacimiento. El mundo infinito de las formas y manifestaciones de la risa se oponía a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época. Dentro de su diversidad, estas formas y manifestaciones -las fiestas públicas carnavalescas, los ritos y cultos cómicos, los bufones y "bobos", gigantes, enanos y monstruos, payasos de diversos estilos y categorías, la literatura paródica, vasta y multiforme, etc.-, poseen una unidad de estilo y constituyen partes y zonas únicas e indivisibles de la cultura cómica popular, principalmente de la cultura carnavalesca.

Las múltiples manifestaciones de esta cultura pueden subdividirse en tres grandes categorías:
1.           Formas v rituales del espectáculo (festejos carnavalescos, obras cómicas representadas en las plazas públicas, etc.);
2.           Obras cómicas verbales (incluso las parodias) de diversa naturaleza: orales y escritas, en latín o en lengua vulgar;
3.           Diversas formas y tipos del vocabulario familiar y grosero (insultos, juramentos, lemas populares, etc.).
Estas tres categorías, que reflejan en su heterogeneidad un mismo aspecto cómico del mundo, están estrechamente interrelacionadas y se combinan entre sí.

Vamos a definir previamente cada una de las tres formas.

Los festejos del carnaval, con todos los actos y ritos cómicos que contienen, ocupaban un lugar muy importante en la vida del hombre medieval. Además de los carnavales propiamente dichos, que iban acompañados de actos y procesiones complicadas que llenaban las plazas y las calles durante días enteros, se celebraban también la "fiesta de los bobos" (Testa stultorum) y la "fiesta del asno"; existía también una "risa pascual" (risus paschalis) muy singular y libre, consagrada por la tradición. Además, casi todas las fiestas religiosas poseían un aspecto cómico popular y público, consagrado también por la tradición. Es el caso, por ejemplo, de las "fiestas del templo", que eran seguidas habitualmente por ferias y por un rico cortejo de regocijos populares (durante los cuales se exhibían gigantes, enanos, monstruos, bestias "sabias", etc.). La representación de los misterios acontecía en un ambiente de carnaval. Lo mismo ocurría con las fiestas agrícolas, como la vendimia, que se celebraban asimismo en las ciudades. La risa acompañaba también las ceremonias y los ritos civiles de la vida cotidiana: así, los bufones y los "tontos" asistían siempre a las funciones del ceremonial serio, parodiando sus actos (proclamación de los nombres de los vencedores de los torneos, ceremonias de entrega del derecho de vasallaje, de los nuevos caballeros armados, etc.). Ninguna fiesta se desarrollaba sin la intervención de los elementos de una organización cómica; así, para el desarrollo de una fiesta, la elección de reinas y reyes de la "risa". 

Estas formas rituales y de espectáculo organizadas a la manera cómica y consagradas por la tradición, se habían difundido en todos los países europeos, pero en los países latinos, especialmente en Francia, destacaban por su riqueza y complejidad particulares. Al analizar el sistema rabelesiano de imágenes dedicaremos un examen más completo y detallado a las mismas. 

Todos estos ritos y espectáculos organizados a la manera cómica, presentaban una diferencia notable, una diferencia de principio, podríamos decir, con las formas del culto y las ceremonias oficiales serias de la Iglesia o del Estado feudal. Ofrecían una visión del mundo, del hombre y de las relaciones humanas totalmente diferente, deliberadamente no-oficial, exterior a la Iglesia y al Estado; parecían haber construido, al lado del mundo oficial, un segundo mundo y una segunda vida a la que los hombres de la Edad Media pertenecían en una proporción mayor o menor y en la que vivían en fechas determinadas. Esto creaba una especie de dualidad del mundo, y creemos que sin tomar esto en consideración no se podría comprender ni la conciencia cultural de la Edad Media ni la civilización renacentista. La ignorancia o la subestimación de la risa popular en la Edad Media deforma también el cuadro evolutivo histórico de la cultura europea en los siglos siguientes

La dualidad en la percepción del mundo y la vida humana ya existían en el estadio anterior de la civilización primitiva. En el folklore de los pueblos primitivos se encuentra, paralelamente a los cultos serios (por su organización y su tono) la existencia de cultos cómicos, que convertían a las divinidades en objetos de burla y blasfemia "

Pero en las etapas primitivas, dentro de un régimen social que no conocía todavía ni las clases ni el Estado, los aspectos serios y cómicos de la divinidad, del mundo y del hombre eran, según todos los indicios, igualmente sagrados e igualmente, podríamos decir, "oficiales". Este rasgo persiste a veces en algunos ritos de épocas posteriores. Así, por ejemplo, en la Roma antigua, durante la ceremonia del triunfo, se celebraba y se escarnecía al vencedor en igual proporción; del mismo modo, durante los funerales se lloraba (o celebraba) y se ridiculizaba al difunto. Pero cuando se establece el régimen de clases y de Estado, se hace imposible otorgar a ambos aspectos derechos iguales, de modo que las formas cómicas -algunas más temprano, otras más tarde-, adquieren un carácter no oficial, su sentido se modifica, se complica y se profundiza, para transformarse finalmente en las formas fundamentales de expresión de la cosmovisión y la cultura populares

Es el caso de los regocijos carnavalescos de la Antigüedad, sobre todo las saturnales romanas, así como de los carnavales de la Edad Media, que están evidentemente muy alejados de la risa ritual que conocía la comunidad primitiva.

Cuáles son los rasgos típicos de las formas rituales y de los espectáculos cómicos de la Edad Media, y, ante todo, cuál es su naturaleza, es decir su modo de existencia?

No se trata por supuesto de ritos religiosos, como en el género de la liturgia cristiana, a la que están relacionados por antiguos lazos genéricos. El principio cómico que preside los ritos carnavalescos los exime completamente de todo dogmatismo religioso o eclesiástico, del misticismo, de la piedad, y están por lo demás desprovistos de carácter mágico o encantatorio (no piden ni exigen nada). Mas aún, ciertas formas carnavalescas son una verdadera parodia del culto religioso. Todas estas formas son decididamente exteriores a la Iglesia y a la religión. Pertenecen a una esfera particular de la vida cotidiana.

Por su carácter concreto y sensible y en razón de un poderoso elemento de juego, se relacionan preferentemente con las formas artísticas y .animadas de imágenes, es decir con las formas del espectáculo teatral. Y es verdad que las formas del espectáculo teatral de la Edad Media se asemejan en lo esencial a los carnavales populares, de los que forman parte en cierta medida. Sin embargo, el núcleo de esta cultura, es decir el carnaval, no es tampoco la forma del espectáculo teatral, y, en general, no pertenece al dominio del arte. Está situado en las fronteras entre el arte y la vida. En realidad es la vida misma, presentada con los elementos característicos del juego. 

De hecho, el carnaval ignora toda distinción entre actores y espectadores. También ignora la escena, incluso en su forma embrionario. Ya que una escena destruiría el carnaval (e inversamente, la destrucción del escenario destruiría el espectáculo teatral). Los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es imposible escapar, porque el carnaval no tiene ninguna frontera espacial. En el curso de la fiesta sólo puede vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir de acuerdo a las leyes de la libertad. El carnaval posee un carácter universal, es un estado peculiar del mundo: su renacimiento y su renovación en los que cada individuo participa. Esta es la esencia misma del carnaval, y los que intervienen en el regocijo lo experimenten vivamente.

La idea del carnaval ha sido observada y se ha manifestado de forma muy sensible en las saturnales romanas, que eran experimentadas como un retorno efectivo y completo (aunque provisorio) el país de la edad de oro. Las tradiciones de las saturnales sobrevivieron en el carnaval de la Edad Media, que representó, con más plenitud y pureza que otras fiestas de la misma época, la idea de la renovación universal. Los demás regocijos de tipo carnavalesca eran limitados y encarnaban la idea del carnaval en una forma menos plena y menos pura; sin embargo, la idea subsistía y se la concebía como una huida provisional de los moldes de la vida ordinaria (es decir, oficial). 

En este sentido el carnaval no era una forma artística de espectáculo teatral, sino más bien una forma concreta de la vida misma, que no era simplemente representada sobre un escenario, sino vivida en la duración del carnaval. Esto puede expresarse de la siguiente manera: durante el carnaval es la vida misma la que juega e interpreta (sin escenario, sin tablado, sin actores, sin espectadores, es decir sin los atributos específicos de todo espectáculo teatral) su propio renacimiento y renovación sobre la base de mejores principios. Aquí la forma efectiva de la vida es al mismo tiempo su forma ideal resucitada

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/b/b4/Triboulet_gravure_de_J._A._Beauce_et_Rouget_385x500.jpg/220px-Triboulet_gravure_de_J._A._Beauce_et_Rouget_385x500.jpg
Triboulet

Los bufones y payasos son los personajes característicos de la cultura cómica de la Edad Media. En cierto modo, los vehículos permanentes y consagrados del principio carnavalesca en la vida cotidiana (aquella que se desarrollaba fuera del carnaval). Los bufones y payasos, como por ejemplo el payaso Triboulet, que actuaba en la corte de Francisco 1 (y que figura también en la novela de Rabelais), no eran actores que desempeñaban su papel sobre el escenario (a semejanza de los cómicos que luego interpretarían Arlequín, Hans Wurst, etc.). Por el contrario, ellos seguían siendo bufones y payasos en todas las circunstancias de su vida. Como tales, encarnaban una forma especial de la vida, a la vez real e ideal. Se situaban en la frontera entre la vida y el arte (en una esfera intermedia), ni personajes excéntricos o estúpidos ni actores cómicos.
http://www.artelista.com/arlequin-MH/02/MWM01496.jpg
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/2a/Hansworst.jpg
Hans Wurst

En suma, durante el carnaval es la vida misma la que interpreta, y durante cierto tiempo el juego se transforma en vida real. Esta es la naturaleza específica del carnaval, su modo particular de existencia. 

El carnaval es la segunda vida del pueblo, basada en el principio de la risa. Es su vida festiva. La fiesta es el rasgo fundamental de todas las formas de ritos y espectáculos cómicos de la Edad Media. Todas esas formas presentaban un lazo exterior con las fiestas religiosas. Incluso el carnaval, que no coincidía con ningún hecho de la vida sacra, con ninguna fiesta santa, se desarrollaba durante los últimos días que precedían a la gran cuaresma (de allí los nombres franceses de Mardi gras o Caremeprenant -
jueves de la tercera semana de Cuaresma - y, en los países germánicos, de Fastnacht). La línea genética que une estas formas a las festividades agrícolas paganas de la Antigüedad, y que incluyen en su ritual el elemento cómico, es más esencial aún. 

Las festividades (cualquiera que sea su tipo) son una forma primordial determinante de la civilización humana. No hace falta considerarlas ni explicarlas como un producto de las condiciones y objetivos prácticos del trabajo colectivo, o interpretación más vulgar aún, de la necesidad biológica (fisiológica) de descanso periódico. Las festividades siempre han tenido un contenido esencial, un sentido profundo, han expresado siempre una concepción del mundo. Los "ejercicios" de reglamentación y perfeccionamiento del proceso del trabajo colectivo, el "juego del trabajo", el descanso o la tregua en el trabajo nunca han llegado a ser verdaderas fiestas. Para que lo sea hace falta un elemento más, proveniente del mundo del espíritu y de las ideas. Su sanción debe emanar no del mundo de los medios y condiciones indispensables, sino del mundo de los objetivos superiores de la existencia humana, es decir, el mundo de los ideales. Sin esto, no existe clima de fiesta.

Las fiestas tienen siempre una relación profunda con el tiempo. En la base de las fiestas hay siempre una concepción determinada y concreta del tiempo natural (cósmico), biológico e histórico. Además las fiestas, en todas sus fases históricas, han estado ligadas a períodos de crisis, de trastorno, en la vida de la naturaleza, de la sociedad y del hombre. La muerte y la resurrección, las sucesiones y la renovación constituyeron siempre los aspectos esenciales de la fiesta. Son estos momentos precisamente (bajo las formas concretas de las diferentes fiestas) los que crearon el clima típico de la fiesta. 

Bajo régimen feudal existente en la Edad Media, este carácter festivo, es decir la relación de la fiesta con los objetivos superiores de la existencia humana, la resurrección y la renovación, sólo podía alcanzar su plenitud y su pureza en el carnaval y en otras fiestas populares y públicas. La fiesta se convertía en esta circunstancia en la forma que adoptaba la segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia. 

En cambio, las fiestas oficiales de la Edad Media (tanto las de la Iglesia como las del Estado feudal) no sacaban al pueblo del orden existente, ni eran capaces de crear esta segunda vida. Al contrario, contribuían a consagrar, sancionar y fortificar el régimen vigente. Los lazos con el tiempo se volvían puramente formales, las sucesiones y crisis quedaban totalmente relegadas al pasado. En la práctica, la fiesta oficial miraba sólo hacía atrás, hacia el pasado, del que se servía para consagrar el orden social presente. La fiesta oficial, incluso a pesar suyo a veces, tendía a consagrar la estabilidad, la inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el mundo: jerarquías, valores, normas y tabúes religiosos, políticos y morales corrientes. La fiesta era el triunfo de la verdad prefabricada, victoriosa, dominante, que asumía la apariencia de una verdad eterna, inmutable y perentoria. Por eso el tono de la fiesta oficial traicionaba la verdadera naturaleza de la fiesta humana y la desfiguraba. Pero como su carácter auténtico era indestructible, tenían que tolerarla e incluso legalizarla parcialmente en las formas exteriores y oficiales de la fiesta y concederle un sitio en la plaza pública.

A diferencia de la fiesta oficial, el carnaval era el triunfo de una especie de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes. Se oponía a toda perpetuación, a todo perfeccionamiento y reglamentación, apuntaba a un porvenir aún incompleto.

La abolición de las relaciones jerárquicas poseía una significación muy especial. En las fiestas oficiales las distinciones jerárquicas se destacaban a propósito, cada personaje se presentaba con las insignias de sus títulos, grados y funciones y ocupaba el lugar reservado a su rango. Esta fiesta tenía por finalidad la consagración de la desigualdad, a diferencia del carnaval en el que todos eran iguales y donde reinaba una forma especial de contacto libre y familiar entre individuos normalmente separados en la vida cotidiana por las barreras infranqueables de su condición, su fortuna, su empleo, su edad y su situación familiar. A diferencia de la excepcional jerarquización del régimen feudal, con su extremo encasillamiento en estados y corporaciones, este contacto libre y familiar era vivido intensamente y constituía una parte esencial de la visión carnavalesca del mundo. El individuo parecía dotado de una segunda vida que le permitía establecer nuevas relaciones, verdaderamente humanas, con sus semejantes. La alienación desaparecía provisionalmente. El hombre volvía a sí mismo y se sentía un ser humano entre sus semejantes. El auténtico humanismo que caracterizaba estas relaciones no era en absoluto fruto de la imaginación o el pensamiento abstracto, sino que se experimentaba concretamente en ese contacto vivo, material y sensible. El ideal utópico y el real se basaban provisionalmente en la visión carnavalesca, única en su tipo.

En consecuencia, esta eliminación provisional, a la vez ideal y efectiva, de las relaciones jerárquicas entre los individuos, creaba en la plaza pública un tipo particular de comunicación inconcebible en situaciones normales. Se elaboraban formas especiales del lenguaje y de los ademanes, francas y sin constricciones, que abolían toda distancia entre los individuos en comunicación, liberados de las normas corrientes de la etiqueta y las reglas de conducta. Esto produjo el nacimiento de un lenguaje carnavalesco típico, del cual encontraremos numerosas muestras en Rabelais. 

A lo largo de siglos de evolución, el carnaval medieval, prefigurado en los ritos cómicos anteriores, de antigüedad milenaria (en los que incluimos las saturnales) originó una lengua propia de gran riqueza, capaz de expresar las formas y símbolos del carnaval y de transmitir la cosmovisión carnavalesca unitaria pero compleja del pueblo. Esta visión, opuesta a todo lo previsto y perfecto, a toda pretensión de inmutabilidad y eternidad, necesitaba manifestarse con unas formas de expresión dinámicas y cambiantes (proteicas) fluctuantes y activas. De allí que todas las formas y símbolos de la lengua carnavalesca están impregnadas del lirismo de la sucesión y la renovación, de la gozosa comprensión de la relatividad de las verdades y las autoridades dominantes. Se caracteriza principalmente por la lógica original de las cosas "al revés" y "contradictorias", de las permutaciones constantes de lo alto y lo bajo (la "rueda") del frente y el revés, y por las diversas formas de parodias, inversiones, degradaciones, profanaciones, coronamientos y derrocamientos bufonescos. La segunda vida, el segundo mundo de la cultura popular se construye en cierto modo como parodia de la vida ordinaria, como un "mundo al revés". Es preciso señalar sin embargo que la parodia carnavalesca está muy alejada de la parodia moderna puramente negativa y formal; en efecto, al negar, aquella resucita y renueva a la vez. La negación pura y llana es casi siempre ajena a la cultura popular. 

En la presente introducción, nos hemos limitado a tratar muy rápidamente las formas y los símbolos carnavalescos, dotados de una riqueza y originalidad sorprendentes. El objetivo fundamental de nuestro estudio es hacer asequible esta lengua semiolvidada, de la que comenzamos a perder la comprensión de ciertos matices. Porque ésta es, precisamente, la lengua que utilizó Rabelais. Sin conocerla bien, no podríamos comprender realmente el sistema de imágenes rabelesianas. Recordemos que esta lengua carnavalesca fue empleada también, en manera y proporción diversas, por Erasmo, Shakespeare, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Guevara y Quevedo; y también por la "literatura de los bufones alemanes" (Narrenliteratur), Hans Sachs, Fischart, Grimmelshausen y otros. Sin conocer esta lengua es imposible conocer a fondo y bajo todos sus aspectos [a literatura del Renacimiento y del barroco, No sólo la literatura, sino también las utopías del Renacimiento y su concepto del mundo estaban influidas por la visión carnavalesca del mundo y a menudo adoptaban sus formas y símbolos.

Explicaremos previamente la naturaleza compleja del humor carnavalesco. Es, ante todo, un humor festivo. No es en consecuencia una reacción individual ante uno u otro hecho "singular" aislado. La risa carnavalesca es ante todo patrimonio del pueblo (este carácter popular, como dijimos, es inherente a la naturaleza misma del carnaval); todos ríen, la risa es "general"; en segundo lugar, es universal, contiene todas las cosas y la gente (incluso las que participan en el carnaval), el mundo entero parece cómico y es percibido y considerado en un aspecto jocoso, en su alegre relativismo; por último esta risa es ambivalente: alegre y llena de alborozo, pero al mismo tiempo burlona y sarcástica, niega y afirma, amortaja y resucita a la vez. 

Una importante de la risa en la fiesta popular es que escarnece a los mismos burladores. El pueblo no se excluye a sí mismo del mundo en evolución. También él se siente incompleto; también él renace y se renueva con la muerte.

Esta es una de las diferencias esenciales que separan la risa festiva popular de la risa puramente satírica de la época moderna. El autor satírico que sólo emplea el humor negativo, se coloca fuera del objeto aludido y se le opone, lo cual destruye la integridad del aspecto cómico del mundo; por lo que la risa popular ambivalente expresa una opinión sobre un mundo en plena evolución en el que están incluidos los que ríen. 

Debemos estar especialmente el carácter utópico y de cosmovisión de esta risa festiva, dirigida contra toda concepción de superioridad. Esta risa se mantiene viva aún, con un cambio sustancial de sentido, la burla ritual de la divinidad, tal como existía en los antiguos ritos cómicos. Pero los elementos culturales característicos han desaparecido, y sólo subsisten los rasgos humanos, universales y utópicos.

Es absolutamente necesario plantear adecuadamente el problema de la risa popular. Los estudios que se le han consagrado incurren en el error de modernizarla groseramente, interpretándola dentro del espíritu de la literatura cómica moderna, ya sea como un humor satírico negativo (designando así a Rabelais como autor exclusivamente satírico) o como una risa agradable destinada únicamente a divertir, ligera y desprovista de profundidad y fuerza. Generalmente su carácter ambivalente pasa desapercibido por completo.

Pasamos ahora a la segunda forma de cultura cómica popular: las obras verbales en latín y en lengua vulgar. No se trata de folklore (aunque algunas de estas obras en lengua vulgar puedan considerarse así). Esta literatura está imbuida de la cosmovisión carnavalesca, utilizaba ampliamente la lengua de las formas carnavalescas, se desarrollaba al amparo de las osadías legitimadas por el carnaval y en la mayoría de los casos estaba fundamentalmente ligada a los regocijos carnavalescos, cuya parte literaria solía representar.' En esta literatura, la risa era ambivalente y festiva. A su vez esta literatura era una literatura festiva y recreativa, típica de la Edad Media

Ya dijimos que las celebraciones carnavalescas ocupaban un importante lugar en la vida de las poblaciones medievales, incluso desde el punto de vista de su duración: en las grandes ciudades llegaban a durar tres meses por año. La influencia de la cosmovisión carnavalesca sobre la concepción y el pensamiento de los hombres, era radical: les obligaba a renegar en cierto modo de su condición oficial (como monje, clérigo o sabio" y a contemplar el mundo desde un punto de vista cómico y carnavalesca. No sólo los escolares y los clérigos, sino también los eclesiásticos de alta jerarquía y los doctos teólogos se permitían alegres distracciones durante las cuales se desprendían de su piadosa gravedad, como en el caso de los "juegos monacales" (Joca monacorum), título de una de las obras más apreciadas de la Edad Media. En sus celdas de sabio escribían tratados más o menos paródicos Y obras cómicas en latín. 

La literatura cómica medieval se desarrolló durante todo un milenio y aún más, si consideramos que sus comienzos se remontan a la antigüedad cristiana. Durante este largo período, esta literatura sufrió cambios muy importantes (menos sensibles en la literatura en lengua latina). Surgieron géneros diversos y variaciones estilísticas. A pesar de todas las diferencias de ‚poca y género, esta literatura sigue siendo -en diversa proporción- la expresión de la cosmovisión popular y carnavalesca, y sigue empleando en consecuencia la lengua de sus formas y símbolos. 

La literatura latina paródica o semi-paródica está enormemente difundida. Poseemos una cantidad considerable de manuscritos en los cuales la ideología oficial de la Iglesia y sus ritos son descritos desde el punto de vista cómico.

La risa influyó en las más altas esferas del pensamiento y el culto religioso. 

Una de las obras mas antiguas y célebres de esta literatura, La Cena de Cipriano (Coena Cypriani), invirtió con espíritu carnavalesca las Sagradas Escrituras (Biblia y Evangelios). Esta parodia estaba autorizada por la tradición de la risa pascual (risus paschalis) libre; en ella encontramos ecos lejanos de las saturnales romanas. Otra obra antigua del mismo tipo, Vergilius Maro grammaticus, es un sabihondo tratado semiparódico sobre la gramática latina, como también una parodia de la sabiduría escolástica y de los métodos científicos de principios de la Edad Media. Estas dos obras inauguran la literatura cómica medieval en latín y ejercen una influencia preponderante sobre sus tradiciones y se sitúan en la confluencia de la Antigüedad y la Edad Media. Su popularidad ha persistido casi hasta la época del Renacimiento. Como consecuencia, surgen dobles paródicos de los elementos del culto y el dogma religioso. Es la denominada parodia sacra, uno de los fenómenos más originales y menos comprendidos de la literatura medieval.

Sabemos que existen numerosas liturgias paródicas (Liturgia de los bebedores, Liturgia de los jugadores, etc.), parodias de las lecturas evangélicas, de las plegarias, incluso de las más sagradas (como el Padre Nuestro, el Ave María, etc.), de las letanías, de los himnos religiosos, de los salmos, así como imitaciones de las sentencias evangélicas, etc. Se escribieron testamentos paródicos, resoluciones que parodiaban los concilios, etc. Este nuevo género literario casi infinito, estaba consagrado por la tradición y tolerado en cierta medida por la Iglesia. Había una parte escrita que existía bajo la égida de la "risa pascual" o "risa navideña" y otra (liturgias y plegarias parodicas) que estaba en relación directa con la "fiesta de los tontos" y era interpretada en esa ocasión.

Además, existían otras variedades de la literatura cómica latina, como, por ejemplo, las disputas y diálogos paródicos, las crónicas paródicas, etc. Sus autores debían poseer seguramente un cierto grado de instrucción -en algunos casos muy elevado-. Eran los ecos de la risa de los carnavales públicos que repercutían en los muros de los monasterios, universidades y colegios. 

La literatura cómica latina de la Edad Media llegó a su apoteosis durante el apogeo del Renacimiento, con el Elogio de la locura de Erasmo (una de las creaciones más eminentes del humor carnavalesca en la literatura mundial) y con las Cartas de hombres oscuros (Epistolae obscurorum virorum). 

La literatura cómica en lengua vulgar era igualmente rica y más variada aún. Encontramos en esta literatura escritos análogos a la parodia sacra: plegarias paródicas, homilías (denominados sermones alegres en Francia), canciones de Navidad, leyendas sagradas, etc. Sin embargo, lo predominante eran sobre todo las parodias e imitaciones laicas que escarnecen al régimen feudal y su epopeya heroica.

Es el caso de las epopeyas paródicas de la Edad Media que ponen en escena animales, bufones, tramposos y tontos; elementos de la epopeya heroica paródica que aparecen en los cantators, aparición de dobles cómicos de los héroes épicos (Rolando cómico), etc. Se escriben novelas de caballería paródicas, tales como La mula sin brida y Aucassin y Nicolette. Se desarrollan diferentes géneros de retórica cómica- varios "debates" carnavalescos, disputas, di logos, "elogios" (o "iIustraciones"), etc. La risa carnaval replica en las fábulas y en las piezas líricas compuestas por vaguants (escolares vagabundos).

Estos géneros y obras están relacionados con el carnaval público y utilizan, más ampliamente que los escritos en latín, las fórmulas y los símbolos del carnaval. Pero es la dramaturgia cómica medieval la que está más estrechamente ligada al carnaval. La primera pieza cómica -que conservamos- de Adam de la Halle, El juego de la enramada, es una excelente muestra de la visión y de la comprensión de la vida y el mundo puramente carnavalescos; contiene en germen numerosos elementos del futuro mundo rabelesiano. Los milagros y moralejas son "carnavalizados" en mayor o menos grado, La risa se introduce también en los misterios; las diabluras-misterios, por ejemplo, poseen un carácter carnavalesca muy marcado. Las gangarillas son también un género extremadamente "carnavalizado" de fines de la Edad Media. 

Hemos tratado superficialmente en estas páginas algunas de las obras más conocidas de la literatura cómica, que pueden mencionarse sin necesidad de recurrir a comentarios especiales. Esto basta para plantear escuetamente el problema. Pero en lo sucesivo, a medida que analicemos la obra de Rabelais, nos detendremos con más detalle en esos géneros y obras, y en otros géneros y obras menos conocidos.

Seguiremos ahora con la tercera forma de expresión de la cultura cómica popular, es decir con ciertos fenómenos y géneros del vocabulario familiar y público de la Edad Media y el Renacimiento. Ya dijimos que durante el carnaval en las plazas públicas, la abolición provisoria de las diferencias y barreras jerárquicas entre las personas y la eliminación de ciertas reglas y tabúes vigentes en la vida cotidiana, creaban un tipo especial de comunicación a la vez ideal y real entre la gente, imposible de establecer en la vida ordinaria. Era un contacto familiar y sin restricciones.

Como resultado, la nueva forma de comunicación produjo nuevas formas lingüísticas: géneros inéditos, cambios de sentido o eliminación de ciertas formas desusadas, etc. Es muy conocida la existencia de fenómenos similares en la ‚poca actual. Por ejemplo, cuando dos personas crean vínculos de amistad, la distancia que las separa se aminora (están en "pie de igualdad") y las formas de comunicación verbal cambian completamente: se tutean, emplean diminutivos, incluso sobrenombres a veces, usan epítetos injuriosos que adquieren un sentido afectuoso; pueden llegar a burlarse la una de la otra (si no existieran esas relaciones amistosas sólo un tercero podría ser objeto de esas burlas), palmotearse en la espalda e incluso en el vientre (gesto carnavalesca por excelencia), no necesitan pulir el lenguaje ni evitar los tabúes, por lo cual se dicen palabras y expresiones inconvenientes, etc. 

Pero aclaremos que este contacto familiar en la vida ordinaria moderna está muy lejos del contacto libre y familiar que se establece en la plaza pública durante el carnaval popular. Falta un elemento esencial: el carácter universal, el clima de fiesta, la idea utópica, la concepción profunda del mundo. En general, al otorgar un contenido cotidiano a ciertas fiestas del carnaval, aunque manteniendo su aspecto exterior, se llega en la actualidad a perder su sentido interno profundo. Recordemos de paso que ciertos elementos rituales antiguos de fraternidad sobrevivieron en el carnaval, adoptando un nuevo sentido y una forma más profunda. Ciertos ritos antiguos se incorporaron a la vida práctica moderna por intermedio del carnaval, pero perdieron casi por completo la significación que tenían en éste. 

El nuevo tipo de relaciones familiares establecidas durante el carnaval se refleja en una serie de fenómenos lingüísticos. Nos detendremos en algunos. 

El lenguaje familiar de la plaza pública se caracteriza por el uso frecuente de groserías, o sea de expresiones y palabras injuriosas, a veces muy largas y complicadas. Desde el punto de vista gramatical y semántico, las groserías están normalmente aisladas en el contexto del lenguaje y consideradas como fórmulas fijas del mismo género del proverbio. Por lo tanto, puede afirmarse que las groserías son una clase verbal especial del lenguaje familiar. Por su origen no son homogéneas y cumplieron funciones de carácter especialmente mágico y encantatorio en la comunicación primitiva. 

Lo que nos interesa más especialmente son las groserías blasfematorias dirigidas a las divinidades y que constituían un elemento necesario de los cultos cómicos mas antiguos. Estas blasfemias eran ambivalentes: degradaban y mortificaban a la vez que regeneraban y renovaban. Y son precisamente estas blasfemias ambivalentes las que determinaron el carácter verbal típico de las groserías en la comunicación familiar carnavalesca. En efecto, durante el carnaval estas groserías cambiaban considerablemente de sentido, Gracias a esta metamorfosis, las palabrotas contribuían a la creación de una atmósfera de libertad dentro de la vida secundaria carnavalesca. 

Desde muchos puntos de vista, los juramentos son similares a las groserías. También ellos deben considerarse como un género verbal especial, con las mismas bases que las groserías (carácter aislado, acabado y autosuficiente). Sí inicialmente los juramentos no tenían ninguna relación con la risa, al ser eliminados de las esferas del lenguaje oficial, pues infringían sus reglas verbales, no les quedó otro recurso que el de implantarse en la esfera libre del lenguaje familiar. Sumergidos en el ambiente del carnaval, adquirieron un valor cómico y se volvieron ambivalentes. 

Los demás fenómenos verbales, como por ejemplo las obscenidades, corrieron una suerte similar. El lenguaje familiar se convirtió en cierto modo en receptáculo donde se acumularon las expresiones verbales prohibidas y eliminadas de la comunicación oficial. A pesar de su heterogeneidad originaria, estas palabras asimilaron la cosmovisión carnavalesca, modificaron sus antiguas funciones, adquirieron un tono cómico general, y se convirtieron, por así decirlo, en las chispas de la llama única del carnaval, llamada a renovar el mundo. Nos detendremos a su debido tiempo en los demás aspectos originales del lenguaje familiar. Señalemos, como conclusión, que este lenguaje ejerció una gran influencia en el estilo de Rabelais.